Vimos una avenida de robles y pinos y cedros venerables, rincones en los que uno puede esconderse de la lluvia o de cualquier otra cosa, la presencia de una pagoda que corta el cielo con diez pisos de capricho imperial, un estanque en cuyas aguas oscuras de tan profundas flotan aves y flores, el resplandor novembrino, el airecito.
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